Declaración de Colombia
Del Derecho al Agua al Derecho a la Paz
Inspirados en la llamada a la acción y el compromiso de la encíclica Laudato Si’, para el cuidado de la Casa Común, el pasado 23 y 24 de febrero se llevó a cabo en la ciudad del Vaticano el Seminario — Taller «Derecho humano al agua: Aportes y perspectivas interdisciplinarias sobre la centralidad de las políticas públicas en la gestión del agua y el saneamiento».
Meses después, como parte del contexto de la visita del Papa Francisco a la República de Colombia, cuyo lema ha sido «Demos el primer paso», se ha llevado a cabo otro Seminario — Taller llamado «Del derecho al agua al derecho a la Paz: Una Ecología integral para el medio ambiente, el desarrollo sostenible y la cultura del encuentro».
Este encuentro ha unido voces y ha concluido con la elaboración de este documento que llamamos: «Declaración de Colombia, del Derecho al agua al Derecho a la paz». El hilo conductor que nos lleva de Roma a Bogotá es el reconocimiento del derecho humano al agua y sus implicaciones en el actual proceso de paz y en la reconciliación de la sociedad con el medio ambiente, desafíos que enfrenta actualmente el pueblo colombiano.
La construcción del proceso de paz en Colombia, hacia el resto del mundo, es una oportunidad única para repensar nuestro futuro a partir del reconocimiento del otro, de las diferencias que nos atraviesan y de la construcción de un saber común, fruto del diálogo local, regional, nacional e internacional. A partir de gestar el encuentro entre diferentes actores y la confluencia de todas las voces podremos buscar y elegir un horizonte común y repensar las instituciones que nos garanticen armonía, reciprocidad y confianza.
El agua es un bien común esencial, factor existencial y trascendental, patrimonio natural y cultural del planeta tierra, elemento supremo y sagrado para la expresión de la vida en todas sus manifestaciones. La diversidad geográfica de Colombia se manifiesta en la variedad de sus paisajes y sus climas, de sus montañas, de sus glaciares, acuíferos, ríos y océanos, de las selvas, los páramos y el desierto; de la fauna y la flora; de las culturas y los modos de producción y de vida. Todas las coordenadas de este territorio albergan incontables bienes y recursos que constituyen una infinita riqueza natural y humana con una excepcional biodiversidad que debemos custodiar como herencia para las generaciones venideras.
En algún momento los seres humanos nos desligamos de las otras especies y empezamos a romper el equilibrio natural del sistema planetario. Este estigma se ha ido reproduciendo a todas las escalas espaciales, contribuyendo al cambio climático. Además, la apropiación desigual de recursos y la competencia de intereses ha desencadenado conflictos socioambientales que afectan, especialmente, a los más pobres. Una de las manifestaciones de la desigualdad en el mundo encuentra su más grande expresión en el hambre y la falta de salud. Los conflictos del agua y la alteración de su ciclo son un factor protagónico de esta preocupante realidad. El crecimiento urbano ha traído consigo conflictos con actores de los espacios rurales por el uso de los recursos. Es necesario comprender mejor las relaciones campo — ciudad con el fin de generar políticas públicas participativas e incluyentes que busquen equilibrar estas relaciones y así romper inequidades. Se trata, ahora, de cambiar nuestra visión sobre los recursos naturales, ya no como un conjunto de objetos sino como una comunión de sujetos.
El Papa Francisco nos invita a pensar en una ecología integral entendida como la interrelación de los seres humanos y todas las manifestaciones de la naturaleza, enfatizando que todo está conectado para llegar a un desarrollo sostenible. De esta manera, la ecología integral que incorpora la dimensión ambiental, económica, social y cultural constituye un camino para reconstruir la paz (LS, 138). Siendo del Estado la obligación de garantizar el cumplimiento de los derechos a través de las políticas públicas para el bien común, frente al Derecho Humano al agua, también es necesario reconocer la responsabilidad individual y colectiva para su cuidado.
El manejo y resolución de los conflictos del agua parte de una buena gobernanza, dentro de la cual, se convoca la participación de todos los actores sociales: los políticos, los empresarios, los trabajadores, la academia, los líderes, los campesinos y todos los grupos étnicos. Es fundamental reconocer la importancia del rol de las mujeres, de su dignidad, de su libertad y su particular responsabilidad en la relación con los seres humanos y la naturaleza. Por ejemplo, en la comunidad Wayú la mujer cumple un rol protagónico como cuidadora de la madre tierra y administradora del agua. La construcción de políticas públicas cooperativas y transparentes, soportadas en una ética ambiental, enfrenta un desafío que supone reconocer las diferencias y entablar un diálogo que se construye desde las bases. En la actualidad este diálogo prioriza y garantiza el acceso al agua y la sostenibilidad ambiental y social de manera transversal. Hoy en día, aún, se debate la condición del acceso al agua segura y limpia como servicio público o como un bien susceptible de ser apropiado y transado en el mercado. No puede ser así: «El derecho al agua es determinante para la sobrevivencia de las personas y decide el futuro de la humanidad. Es prioritario, también, educar a las próximas generaciones sobre la gravedad de esta realidad» (cf ibíd. 30).
Estamos obligados a defender el agua no solo como un recurso. Hay culturas ancestrales en nuestro continente, que perciben el agua a manera de un ser vivo sujeto de derechos. Eso puede inspirarnos también para construir una relación más exigente para con el agua, imprescindible para la existencia de los seres vivos de la tierra. Reconstruir y admitir nuestra historia conlleva a una verdadera innovación social.
El poder de la palabra ha sido tradicionalmente reconocido por las comunidades étnicas de Colombia, saber dialogar implica saber decir y saber escuchar. Como también lo dice el Papa Francisco, todo diálogo es una conversación: ida y vuelta de planteos, de escuchas, de aperturas donde la paz y la amistad social necesitan de la justicia social y de la responsabilidad respetuosa de las diferencias. Si la cultura del encuentro conlleva al encuentro de culturas, el «diálogo de saberes» supone un proceso de relación horizontal, en el que todos los saberes son reconocidos y no se supone un único discurso válido, se ponen en interacción dos lógicas diferentes: la de conocimiento científico y la del saber cotidiano, con una clara intención de comprenderse mutuamente y que implica el reconocimiento de otro sujeto diferente con conocimientos y posiciones diversas. Alcanzar este propósito requiere un cambio en el paradigma de la educación.
Gracias al privilegio de nuestra localización geográfica, en esta zona intertropical confluyen corrientes de aire cargadas de vapor procedente del Caribe, del Pacífico y de la Amazonía; desde estos ríos de nubes el agua se condensa para nutrir páramos, precipitar y alimentar zonas de recarga y corrientes que bañan un territorio en el que habitan casi 50 millones de individuos nacidos de una mezcla de culturas y encuentros, que se congregan en comunidades asentadas en un complejo paisaje desigualmente desarrollado y socialmente marcado por historias de acuerdos y violencias, pero siempre esperanzado en la reconciliación. La extensa región Amazónica diversa territorial, biológica y culturalmente es muy importante para consolidar un corredor ecológico-cultural que permita mantener la conectividad de los ecosistemas colombianos, garantizar los servicios ambientales y contribuir a mitigar los efectos del cambio climático. Esta iniciativa promueve la articulación entre los pueblos indígenas, poblaciones locales, sectores productivos, instituciones académicos y de investigación científica, organizaciones y gobiernos estatales y los autónomos locales que permite repensar nuestra participación en el sistema natural que nos sostiene y es fundamental para la estabilidad climática, el ciclo del agua, la biodiversidad, la resiliencia del planeta y el bienestar humano. El entendimiento de La Amazonia como patrimonio común requiere la resignificación de nuestra relación con la naturaleza y una educación basada en los principios de la ecología integral.
La construcción de la paz debe ser una labor de armonización y sanación colectiva, de empoderamiento de la sociedad organizada que genere el encuentro de la sociedad colombiana, la humanidad y con la naturaleza. ¡Que sea un llamado al mundo! Todos los participantes reconocemos con los demás actores sociales la necesidad de abrir la puerta a un diálogo inclusivo, equitativo y fundado en valores éticos. Creemos en los ejercicios de esperanza, donde las políticas públicas cooperativas, la ecología integral, el respeto por los derechos humanos y de la naturaleza; y la cultura del encuentro nos lleven a tomar decisiones y salir de escenarios de guerra para consolidar la Paz. «Nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación, (y) que el sí incluya, también, a nuestra naturaleza» (Papa Francisco, Homilía, Villavicencio, 2017).
Bakatá — Bogotá 2017